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Thursday, January 25, 2007

200701251230 El Boleto Por Favor


Una de mis misiones en mis tiempos de estudiante universitario fue el hacer respetar mis derechos como estudiante cuando tomaba la locomoción colectiva, o mejor dicho, las “micros”.

Era como una obsesión. Creo que en más de alguna oportunidad me metí en problemas. Recuerdo una vez que tenía una prueba o clase un día sábado en la mañana. En ese tiempo vivía cerca de las calles Ñuble con San Diego. Estando en esta última calle me subí a una micro (bus) en dirección a la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacéuticas, ubicada en la calle Olivos, frente al hospital José Joaquín Aguirre. Aún en la pisadera de la micro le muestro mi pase escolar al chofer y entonces él me dice: “bájate”. Yo le dije algo así como “pero si tengo clases”. Acto seguido el chofer sacó desde el piso, en el lado izquierdo de su asiento, un palo de cómo medio metro de largo y unos 6 centímetros de diámetro. Con ese garrote en sus manos me miro de nuevo. A buen entendedor, pocas palabras. Me bajé sin protestar. Calladito el loro. A buscar otra micro con un chofer menos beligerante.

En otra oportunidad me pasó algo mucho mas bizarro… con tonos épicos me atrevería a decir. Sería el año 1988-89: en ese tiempo mi polola (novia) vivía en la calle Simón Gonzalez, cerca de Vicente Pérez Rosales, en la comuna de La Reina. Yo vivía a la altura del 3000 de la calle Recoleta y estudiaba cerca del Cementerio General.

Había una sola micro que me servía para ir a ver a mi polola: una Recoleta Dominicos que pasaba tarde mal y nunca por Recoleta.

Un día de semana, cerca del medio día y después de haber terminado unas clases en la universidad me voy a la calle Recoleta para tomar la micro. La veo llegar y subo. Le pago el pasaje al chofer mostrando mi identificación de estudiante -que me permitía pagar un precio rebajado de pasaje- y me quedo esperando… el chofer me mira…

Yo le digo,

-El pasaje.

(Nota: el sueldo que de los choferes ganan en Chile es un porcentaje de la cantidad de boletos entregados. El boleto de estudiante en la mayoría de los casos nunca es entregado. Como consecuencia la totalidad del valor del pasaje pagado por los estudiantes va directo al bolsillo del chofer.)

El chofer me devolvió la plata que le había pagado y me dice “bájate”. Ya habíamos avanzado un par de cuadras desde que me subí y el había parado la micro para que me bajara.

Yo recibo la plata y me quedo en la pisadera… sin bajarme.

-Yo solo quiero mi boleto. Nada más.

-No te voy a dar ningún boleto. Paga “caurito” y anda a sentarte - me replica el chofer.

-Le pago si me pasa el boleto primero – fue mi escueta respuesta.

-No te voy a dar boleto. ¡Bájate!

(El resto de los pasajeros no decía nada. La verdad es que nunca un pasajero mostró ningún tipo de apoyo hacia mi cuando yo estuve en medio de estos y otros “amigables” diálogos con los choferes de micro).

Yo seguía parado en la pisadera, sin bajarme.

-Ya. Paga entonces – me dice el chofer.

-Páseme el boleto primero – sabiendo que si le pagaba primero nunca iba a ver el boleto.

-No. Bajate. Ya. Bajate. ¡Bájate!

En fin. Dialogo de sordos. No me baje. Al contrario. Decidí ocupar uno de los asientos delanteros de la micro y el chofer siguió manejando. El dialogo se extendió por al menos unos 5 minutos.

-Págame.

-Ningún problema. Pero déme el boleto primero.

-No.

-Entonces no le pago.

Seguimos el la ruta. Yo sentía la mirada de los pasajeros en mi espalda y la mirada furiosa del chofer a través del retrovisor. Pasajeros subían. Pasajeros bajaban. Frenazos, aceleradas. Vendedores ambulantes. El “sapo” que grita a cuantos minutos va la micro de adelante. Más pasajeros que bajan. Otros más que suben.

En ese tiempo la calle Irarrázaval estaba siendo reconstruida. La micro subía por Duble Almeida, una calle paralela. Después tenía que tomar Américo Vespucio y retomar Larrain, como en su recorrido normal.

En algún momento antes de llegar a Américo Vespucio se subió un conocido del chofer y se sentó a su lado. Se pusieron a conversar y después de unos minutos los dos giran hacia mi, el chofer me mira y me apunta con el brazo. El otro también me mira y después siguen conversando. Glup. Seguramente era el objeto del dialogo que mantenían esos dos… por lo menos por un rato.

Poco después, cuando el chofer tomó Américo Vespucio yo pensé: Cuando le diga al chofer que me bajo -Larrain con Vicente Pérez Rosales –seguro se ríe en mi cara y sigue de largo y me deja varias cuadras más allá. Quizás hasta el mismo terminal de micros si es que ningún otro pasajero le pide parar antes. Además, con su amigo seguramente me será difícil tratar cualquier tipo de “negociación”.

Aprovechando un “taco” de vehículos, como una cuadra antes de llegar a Larrain, me bajo rápidamente de la micro. Camino hacia las micros que se encuentran mas atrás de la que yo venia y después de cómo 30 metros me detengo dispuesto a esperar la próxima locomoción que me sirva.

Habrían pasado algunos segundos después de haberme detenido cuando alguien me toca el hombro… sip… aunque no lo crean era el chofer de la micro.

-Ya, págame el pasaje – me dijo.

-Pero déme el boleto primero – fue mi respuesta.

-Ya. Sígueme.

Seguí al chofer. El subió a la micro. Se sentó. Saco un boleto y me lo pasó. Yo le pagué.

Cuando el chofer tuvo el dinero en la mano me hizo un amago de pegarme. Pero no fue más que eso. Una amenaza. Su amigo aun le acompañaba.

Yo me bajé sin decir una palabra. Pero con mi boleto en el bolsillo.

Después de un rato tome otra micro.

Había pasado otro día. Uno más de conflictos con los choferes de micros de Santiago.

Pero ese día sentí que había tenido un pequeño triunfo.

Eso fue lo que pasó.

Otro día les cuento otra aventura de micros.

Chau chau